Los activistas que en marzo insistieron en que “tenemos que hacer algo” para detener una hipotética masacre no hacen nada actualmente por detener una masacre que no es hipotética sino real y visible, y realizada por los que “hicieron algo”. -
¿Quién salvará a Libia de sus salvadores occidentales? No será la izquierda
Jean Bricmont y Diana Johnstone CounterPunch
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
En marzo pasado, una coalición de potencias occidentales y de autocracias árabes se confabularon para patrocinar lo que presentaron como una breve y pequeña operación militar para “proteger a los civiles libios”.
El 17 de marzo, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas adoptó la Resolución 1973 que dio la luz verde a esa particular “coalición de los dispuestos” para que comenzaran su guerrita asegurándose el control del espacio aéreo libio que se utilizó después para todo lo que le daba la gana a la OTAN. Los dirigentes de la coalición obviamente esperaban que los agradecidos ciudadanos libios aprovecharan esa vigorosa “protección” para derrocar a Muamar Gadafi quien supuestamente quería “matar a su propio pueblo”. Sobre la base de la suposición de que Libia estaba claramente dividida entre “el pueblo” de un lado y el “malvado dictador” por el otro, se esperaba que este derrocamiento ocurriera en pocos días. A través del prisma occidental, Gadafi era un dictador peor que Ben Ali de Túnez o Mubarak de Egipto, quienes cayeron sin intervención de la OTAN, de modo que Gadafi debería de haber caído tanto más rápido.
Cinco meses después. Todas las suposiciones en las que se basó la guerra han resultado ser más o menos falsas. Las organizaciones de derechos humanos no han encontrado evidencia de los “crímenes contra la humanidad” presuntamente ordenados por Gadafi contra “su propio pueblo”. El reconocimiento de los gobiernos occidentales del Consejo Nacional Transitorio (TNC, por sus siglas en inglés) como “único representante legítimo del pueblo libio” ha pasado de ser prematuro a ser grotesco. La OTAN ha entrado y exacerbado una guerra civil que parece haber llegado a un punto muerto.
Pero la guerra continúa por infundada y absurda que sea. ¿Y qué la puede detener?
La mejor interpretación de este verano fue el excelente nuevo libro de Adam Hochschild sobre la Primera Guerra Mundial, To End All Wars: A Story of Loyalty and Rebellion, 1914-1918 (Para terminar todas las guerras: Una historia de lealtad y rebelión, 1914-1918). Hay muchas lecciones para nuestros días en esa historia, pero tal vez la más pertinente es el hecho de que una vez que una guerra comienza, es muy difícil terminarla.
Los hombres que comenzaron la Primera Guerra Mundial también esperaban que fuera corta. Pero incluso cuando millones de personas se hundieron en la máquina asesina, y la desesperanza de todo el esfuerzo debería estar clara como el agua, siguió arrastrándose durante cuatro miserables años. La guerra misma genera odio y venganza. Una vez que una Gran Potencia comienza una guerra, “tiene” que ganarla, a cualquier precio, para sí misma, pero especialmente para otros.
Hasta ahora, el coste de la guerra contra Libia para los agresores de la OTAN sólo es financiero, compensado con la esperanza de un botín en el país “liberado” para pagar el coste de haberlo bombardeado. Solo los libios perderán sus vidas y su infraestructura. ¿Entonces, qué puede detener la matanza?
En la Primera Guerra Mundial, existió un valeroso movimiento contra la guerra que se enfrentó a la histeria chovinista del período de la guerra para argumentar por la paz. Arriesgó ataques físicos y la cárcel. La descripción de Hochschild de la lucha de valerosos hombres y mujeres por la paz en Gran Bretaña debería servir de inspiración, ¿pero para quienes? Los riesgos de oponerse a esta guerra son mínimos en comparación con 1914-1918. Pero hasta ahora la oposición activa es apenas discernible.
Esto vale especialmente en el caso de Francia, el país cuyo presidente Nicolas Sarkozy tomó la iniciativa de iniciar esta guerra.
Se acumula la evidencia de muertes de civiles libios, incluyendo niños, causadas por los bombardeos de la OTAN.
Los bombardeos apuntan a la infraestructura civil, a fin de privar a la mayoría de la población que vive en territorio leal a Gadafi de sus suministros básicas, alimento y agua, supuestamente para empujar al pueblo a que derroque a Gadafi. La guerra para “proteger civiles” se ha convertido abiertamente en una guerra para aterrorizarlos y atormentarlos, para que el TNC respaldado por la OTAN pueda asumir el poder.
Esta guerrita de Libia está desenmascarando a la OTAN como criminal e incompetente.
También está desenmascarando a la izquierda organizada en los países de la OTAN como totalmente inútil. Tal vez nunca haya habido una guerra a la que sea más fácil oponerse. Pero la izquierda organizada de Europa no se opone.
Hace tres meses, cuando la cadena de televisión qataría Al Jazeera lanzó el sensacionalismo mediático sobre Libia, la izquierda organizada no dudó en adoptar una postura firme. Un par de docenas de organizaciones izquierdistas francesas y norteafricanas firmaron un llamado a una “marcha de solidaridad con el pueblo libio” en París el 26 de marzo. En un despliegue de confusión total, esas organizaciones llamaron simultáneamente al “reconocimiento del Consejo Nacional de Transición como único representante legítimo del pueblo libio” por una parte y “la protección de los residentes y migrantes extranjeros”, a quienes en realidad hyabía que roteger de los mismos rebeldes representados por ese Consejo. Mientras apoyaban implícitamente las operaciones militares de apoyo al NTC, los grupos también llamaron a la “vigilancia” respecto a “la duplicidad de los gobiernos occidentales y de la Liga Árabe” y la posible “escalada” de esas operaciones.
Las organizaciones firmantes de ese llamado incluían a grupos de oposición en el exilio: libios, sirios, tunecinos, marroquíes y argelinos así como a los verdes franceses, el Partido Anticapitalista, el Partido Comunista Francés, el Partido la Izquierda, el movimiento antirracista MRAP, y ATTAC, un movimiento popular de educación de amplia base crítico de la globalización financiera. Estos grupos representan virtualmente en conjunto todo el espectro político organizado francés a la izquierda del Partido Socialista, que por su parte apoyó la guerra sin siquiera llamar a la “vigilancia”.
A medida que aumentan las víctimas civiles de los bombardeos de la OTAN, no hay señal alguna de la prometida “vigilancia respecto a la escalada de la guerra” que se desvía de la Resolución del Consejo de Seguridad de la ONU.
Los activistas que en marzo insistieron en que “tenemos que hacer algo” para detener una hipotética masacre no hacen nada actualmente por detener una masacre que no es hipotética sino real y visible, y realizada por los que “hicieron algo”.
La falacia básica de la gente izquierdista del “nosotros debemos hacer algo” yace en el significado de “nosotros”. Si querían decir literalmente “nosotros”, lo único que podían hacer era establecer alguna especie de brigadas internacionales para combatir junto a los rebeldes. Pero, claro está, a pesar de las afirmaciones de que “nosotros” debemos hacerlo “todo” para apoyar a los rebeldes, nunca se pensó en serio en una posibilidad semejante.
Por lo tanto, su “nosotros” significa en la práctica las potencias occidentales, la OTAN y sobre todo EE.UU., el único con las “capacidades singulares” de librar una guerra semejante.
La gente del “nosotros debemos hacer algo” mezcla usualmente dos tipos de demandas: una, que pueden esperar de modo realista que podrá ser realizada por esas potencias occidentales: apoyar a los rebeldes, reconocer al TNC como el único representante legítimo del pueblo libio; y la otra, que no pueden esperar de modo realista que sea aceptada por las Grandes Potencias y que ellos mismos son totalmente incapaces de lograr: la limitación de los bombardeos a objetivos militares y la protección de civiles, y que se respete escrupulosamente el marco de las resoluciones de la ONU.
Estos dos tipos de demandas se contradicen. En una guerra civil ningún lado se preocupa primordialmente de las sutilezas de las resoluciones de la ONU o de la protección de civiles. Cada lado quiere ganar, punto y aparte, y el deseo de venganza conduce a menudo a atrocidades. Si uno “apoya” a los rebeldes, en la práctica está dando un cheque en blanco a ese bando para que haga cualquier cosas que considere necesaria para vencer.
Pero también se entrega un cheque en blanco a los aliados occidentales y a la OTAN, que podrían estar menos sedientos de sangre que los rebeldes pero que tienen a su disposición medios mucho más importantes de destrucción. Y son grandes burocracias que actúan como maquinarias de supervivencia. Tienen que vencer. De otra manera tienen un problema de “credibilidad” (como los políticos que apoyaron la guerra), que podría llevar a una pérdida de financiamiento y recursos. Una vez que ha comenzado la guerra, simplemente no hay ninguna fuerza en Occidente, a falta de un movimiento resuelto contra la guerra, que pueda obligar a la OTAN a limitarse a lo que permite una resolución de la ONU. Por lo tanto, el segundo conjunto de demandas izquierdistas cae en oídos sordos. Sirven solo para probar a la propia izquierda favorable a la guerra que sus intenciones son puras.
Al apoyar a los rebeldes, la izquierda favorable a la intervención ha destruido efectivamente el movimiento contra la guerra. Por cierto, no tiene sentido apoyar a los rebeldes en una guerra civil en la que quieren desesperadamente que los ayuden las intervenciones extranjeras y al mismo tiempo oponerse a tales intervenciones. La derecha favorable a la intervención es mucho más coherente. Lo que comparten la izquierda y la derecha favorables a la intervención es la convicción de que “nosotros” (con lo que quieren decir el Occidente democrático) tenemos el derecho y la capacidad de imponer nuestra voluntad a otros países. Ciertos movimientos franceses cuya cualidad exclusiva es denunciar el racismo y el colonialismo no recuerdan que todas las conquistas coloniales se realizaron contra sátrapas, príncipes indios y reyes africanos a los que denunciaron como autócratas (y lo eran) o no se dan cuenta de que hay algo extraño respecto a organizaciones francesas que deciden que son los “representantes legítimos” del pueblo libio.
A pesar de los esfuerzos de unos pocos individuos aislados, no hay ningún movimiento popular en Europa capaz de detener o incluso desacelerar el ataque de la OTAN. La única esperanza puede ser el colapso de los rebeldes, la oposición en EE.UU. o una decisión de las oligarquías gobernantes de reducir los gastos. Pero mientras tanto, la izquierda europea ha perdido su oportunidad de volver a la vida mediante la oposición a una de las guerras más flagrantemente inexcusables de la historia. La propia Europa sufrirá esta bancarrota moral.
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